Una Carta a Gantt.
Por una de esas curiosidades de la vida me encontré leyendo el domingo pasado una pequeña columna del cuerpo "Artes y Letras" de El Mercurio - mi intención inicial era leer un par de artículos sobre Pearl Jam que aparecían en la página siguiente - escrita por un señor de nombre Gonzalo Saavedra. Siendo franco, creo que ubico como a tres de los personajes que son nombrados en su columna, pero eso no impidió que entendiera lo que quiso decir... Y lo encontré muy muy muy atinado, por decirlo de alguna manera. Aquellas y aquellos que hayan estado frente a una de esas famosas cartas Gantt entenderán fácilmente la idea, así que procedo a transcribir el texto para el regocijo de todos:
Una Carta a Gantt
Don Henry: Ya sé que usted era ajustado y magnífico, ingeniero mecánico y management consultant, y que se hizo famoso cuando en 1910 lo asaltó una inspiración, una suerte de sueño epistolar en que imaginó no una novela como Les liaisons dangereuses, con misivas llenas de intriga y malicia, o como Boquitas pintadas, con envíos postales de amor y desamor, sino otro tipo de cartas, perfectamente cuadriculadas, con precisos y minuciosos cálculos de trabajo y tiempo, que prometen que todo funcionará como está previsto. Hoy, con su invento a punto de cumplir un siglo, hasta dan premios con su nombre a los ordenados de la aldea.
Tal vez usted no fuera más que un atento testigo de la época que le tocó vivir. Y tal vez pudiera suscribir las palabras de Rousseau, que en su prefacio a Héloíse advertía: "He visto las maneras de mi tiempo y he escrito estas cartas".
Pero la verdad es que no sé cómo lo habrá hecho usted, porque lo que es a mí no se me ocurren las ideas con ninguna regularidad ni frecuencia y mi capacidad laboral varía su buen resto según el día que me toque. Y cuando me imponen uno de sus programitas esquemáticos, me acuerdo de la orquesta de Fellini, ésa que reemplaza al director de carne y huesos por un enorme metrónomo para marcar el pulso con una regularidad que no hay música que aguante.
Y empiezo a sentir, a la Durkheim, que lo llamó anomia, o a la Marx, incluso, que le puso alienación, algo que antes ni se me pasaba por la cabeza, fíjese: que ordenado así, en sus rectángulos de colores rigurosamente dispuestos, el trabajo se termina pareciendo tan poco a la vida.
Una Carta a Gantt
Don Henry: Ya sé que usted era ajustado y magnífico, ingeniero mecánico y management consultant, y que se hizo famoso cuando en 1910 lo asaltó una inspiración, una suerte de sueño epistolar en que imaginó no una novela como Les liaisons dangereuses, con misivas llenas de intriga y malicia, o como Boquitas pintadas, con envíos postales de amor y desamor, sino otro tipo de cartas, perfectamente cuadriculadas, con precisos y minuciosos cálculos de trabajo y tiempo, que prometen que todo funcionará como está previsto. Hoy, con su invento a punto de cumplir un siglo, hasta dan premios con su nombre a los ordenados de la aldea.
Tal vez usted no fuera más que un atento testigo de la época que le tocó vivir. Y tal vez pudiera suscribir las palabras de Rousseau, que en su prefacio a Héloíse advertía: "He visto las maneras de mi tiempo y he escrito estas cartas".
Pero la verdad es que no sé cómo lo habrá hecho usted, porque lo que es a mí no se me ocurren las ideas con ninguna regularidad ni frecuencia y mi capacidad laboral varía su buen resto según el día que me toque. Y cuando me imponen uno de sus programitas esquemáticos, me acuerdo de la orquesta de Fellini, ésa que reemplaza al director de carne y huesos por un enorme metrónomo para marcar el pulso con una regularidad que no hay música que aguante.
Y empiezo a sentir, a la Durkheim, que lo llamó anomia, o a la Marx, incluso, que le puso alienación, algo que antes ni se me pasaba por la cabeza, fíjese: que ordenado así, en sus rectángulos de colores rigurosamente dispuestos, el trabajo se termina pareciendo tan poco a la vida.